jueves, enero 02, 2014

Polvo y ceniza

El viento abrió de repente una ventana, el estruendo se escucho más allá de donde alcanzaban a ver mis ojos, cansados de mirar al vacío. El tiempo nos había ganado el pulso, éramos dos montones de ceniza y polvo que yacían inertes sobre la alfombra, como dos muñecos de fría y húmeda nieve. ¿Qué nos había pasado?

Cuando era niño y vivía en la ciudad siempre corría, no importaba el destino, la velocidad era lo que daba sentido a todo. Ya no recuerdo la última vez que salí a dar una vuelta con ateo... Supongo que fue el calor de la chimenea y el poder vigilar el cielo desde la terraza. ¿Para que salir entonces si afuera hace un frío de mil demonios?

Había creado una concha dentro de la burbuja en la que ya vivía, y aquel golpe de viento fue una señal, no podía seguir así. Cogí fuerzas y abrí la puerta, afuera el viento seguía soplando con fuerza, las nubes tapaban las estrellas pero no eran tan espesas como para ocultar el brillo de la luna. Aquel amarillo cegador, casi quemaba como el fuego, gire la cabeza para proteger mis ojos y allí pude ver a ateo junto a mi mirando hacia aquel espectáculo de luz. Después avanzo unos metros, se sacudió el polvo y la ceniza que aún le cubrían el pelaje y comenzó a auyar, enseguida lo comprendí, estaba pidiendo perdón...

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